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El gran negocio de la Iglesia: Las indulgencias

Imagínese que usted pudiera comprar un certificado de la Iglesia por adelantado para obtener el perdón de un pecado que usted quisiera cometer, y que todavía no lo ha perpetrado. O, que después de haberlo consumado, no pagara pena alguna porque compró una “indulgencia papal”. Esta fue la política de la iglesia por un largo tiempo y que la llevó a la Reforma y al cisma de la Iglesia con Martín Lutero. Para los luteranos el purgatorio fue un invento del Vaticano para cobrarle a su feligresía oro y plata para quitarle años de castigo, o sencillamente, ir directo al cielo ya con sus pecados perdonados gracias a la compra a la Iglesia de unas cuantas “indulgencias”.
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¿Por qué sentirse culpable sin serlo?

La culpa es una experiencia personal que se genera al romper reglas culturales, religiosas, familiares, de un grupo de pertenencia, o por la idea de cometer alguna falta a las normas establecidas. No obstante, se puede vivir sin sentirse permanentemente culpable, siempre que comprendamos que solamente podemos ser responsables cuando hacemos un perjuicio real a terceros, o a uno mismo. Cuando el daño es imaginario, no se es culpable. Un acto real es cuando se comete un delito penado por las leyes del país donde se vive, y porque estas leyes han sido aprobadas por la mayoría de esa nación. De esta forma, si una persona roba o daña a un tercero, será juzgado, y si es hallado culpable por un tribunal, pagará la pena establecida. Para ser culpable, debe haber sido procesado y condenado por un sistema judicial. Sin este requisito nadie será culpable desde el punto de vista legal. El problema es que se le ha impuesto a la humanidad una culpabilidad mórbida que corresponde más al campo de moral, o religioso...

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